Daniel Barenboim junta
70 músicos de distintos pueblos y se gana el Príncipe de Asturias. Bien por él. Pero hay una fuerza mucho más intensa, constante, silenciosa y extendida que está desde hace décadas haciendo más por la integración de los pueblos que lo que veinte
West East Divan Orchestra jamás podrían, y es el capitalismo globalizado y, particularmente, los proyectos internacionales que éste necesariamente genera.
Me di cuenta de esto reunido en una habitación con representantes de distintos países y credos (judaísmo, cristianismo, politeísmo hindú, etc). Digo "me di cuenta" porque, justamente y
de eso se trata, esas diferencias no se ven a simple vista: al proyecto no le importa a que dios le rezás. Lo importante es lo que sabés y lo que hacés para sacar adelante el trabajo.
Dando un paso atrás y haciendo un esfuerzo de contemplación
en un contexto histórico amplio, es que uno se da cuenta de que
es un milagro que personas de orígenes tan distintos estén conviviendo armónicamente.
En muchos casos, se trataba de nietos o bisnietos de personas humildes y con bajo nivel educativo, que gracias a las oportunidades de desarrollo que les dio el capitalismo bien entendido (el que crea riqueza y da iguales oportunidades a todos) hace 100, 50 o 20 años, lograron que sus descendientes se integraran al mercado de trabajo y en esta etapa de capitalismo global estuvieran reunidos en una habitación.
Y cuando digo globalización me refiero explícitamente a la de la cultura de trabajo norteamericana que se fue expandiendo por Extremo Oriente en estas dos décadas. Esa a la que no le importa de dónde sos ni si comés jamón o te ponés un tercer ojo en la frente, mientras cumplas con las metas del proyecto.
No digo que el capitalismo sea un sistema exento de guerras, ¿acaso lo fueron el esclavismo, el feudalismo o el comunismo soviético -el "socialismo realmente existente"?. Pero el aporte al conocimiento y entendimiento mutuo es innegable. Los lazos que se crean entre las personas que trabajan duramente tras un objetivo, más allá de los roces obvios de cualquier empresa, son huellas permanentes en la memoria de los participantes. Como mínimo reducen la ignorancia que tenemos del otro.
He tenido la suerte de haber trabajado con indios tamiles politeístas, una musulmana de bosnia, un budista de Sri Lanka, varias malayas musulmanas y chinas taoistas (ver foto), norteamericanos judíos y protestantes, latinoamericanos católicos y de todos guardo un afectuoso recuerdo.
Kuala Lumpur, Malasia, 2006Hablo de esa cultura yanqui que te dice (en
miles de libros) que las diferencias culturales existen y son un factor que puede poner en riesgo el proyecto, pero que aprendiendo sobre esas diferencias se puede mejorar la comunicación y minimizar esos riesgos. Y que cada uno en su vida privada haga lo que se le canta. Un gran avance civilizatorio.
Vaya este reconocimiento a los millones de personas de este mundo globalizado que, mes a mes, crean riqueza en proyectos internacionales sin recibir ningún premio por estar al mismo tiempo tendiendo puentes de tolerancia y respeto mutuo.