Gran anécdota relatada en el adelanto de Página/12 del libro "MARSHALL MEYER, EL RABINO QUE LE VIO LA CARA AL DIABLO", de Diego Rosemberg.
La editorial Capital Intelectual acaba de publicar una biografía de Marshall Meyer, que comienza relatando la visita que el rabino y Héctor Timerman realizaron a Etchecolatz, en busca de Jacobo Timerman.
Cuando sonó el teléfono, el rabino salió disparado. No le importó que faltaran pocas horas para el inicio del Shabat ni para el servicio religioso que, como todos los viernes por la noche, debía oficiar en la sinagoga de su comunidad, Bet El, en el barrio de Belgrano. Marshall Meyer había escuchado del otro lado de la línea la voz angustiada de Héctor Timerman, que le decía que no sabía dónde habían trasladado a su padre, Jacobo, secuestrado por segunda vez por un grupo de tareas de la dictadura militar, en julio de 1977.
El hijo del mítico periodista –que entonces tenía 23 años– no se animaba a ir solo y por eso acudió a Meyer (...)
Cuando llegaron a la Jefatura de la Policía Bonaerense debieron soportar una larga espera hasta que Etchecolatz los hizo pasar a su oficina. Como habían convenido, el único que habló fue Héctor: dijo que su padre había sido trasladado, que desconocía su paradero y agregó que su madre tenía los nervios destrozados. Fue un monólogo que duró unos diez minutos hasta que, sin más que decir, el joven calló y la oficina quedó invadida por un silencio que aturdía. Etchecolatz, que exhibía su mejor mirada torva, aprovechó el vacío y apuntó con sus ojos a Meyer.
–Y usted, cura, ¿quién es? –prepoteó el comisario, que recién en 2006 fue condenado a cadena perpetua por los crímenes de lesa humanidad cometidos como funcionario de la dictadura militar que gobernó la Argentina entre 1976 y 1983.
El rabino no se amilanó. Se levantó de su silla, a paso firme dio la vuelta al escritorio que lo separaba de Etchecolatz, se detuvo a escasos treinta centímetros y mirándolo a la cara lo increpó:
–Este cura es un pastor que busca a una oveja de su rebaño y sé que vos sos el ladrón que te la llevaste. Soy el pastor de Jacobo Timerman y vos tenés a mi oveja. No me voy hasta que no me la devuelvas –dijo Meyer, que tuteaba a todo el mundo, aun a quienes despreciaba profundamente. Así había aprendido a hablar castellano en 1959, cuando llegó desde su Nueva York natal a la Argentina, pensando en quedarse apenas dos años y sin sospechar que viviría aquí un cuarto de siglo. La mirada desorbitada de Etchecolatz, de pronto, cambió de destinatario.
Ahora apuntaba a Héctor Timerman, que ante tanta tensión también se había parado. Por primera vez, el policía buscó cierta –pero infeliz– complicidad con él:
–Por bastante menos que esto, acá hay muchos que... –el comisario interrumpió en seco la oración y comenzó a agitar una de sus manos hacia el cielo.
(...)–¿Por qué corrés? –preguntó Meyer, el único que se atrevió a romper el silencio en el viaje de vuelta.
–Es Shabat –quiso justificarse Héctor Timerman.
–Acaso no sabés que para salvar una vida se puede violar cualquier mandamiento. Salvamos la vida de tu papá y sería una pena que nos matemos en un choque. Así que manejá tranquilo, que de la teología me ocupo yo.
Quiero líderes religiosos-morales con esos valores, ese sentido común y esos beitzim (cojones).